El Caudillo

Perseguido por los fantasmas de su vida pasada, el Caudillo se encontraba entre las ruinas cubiertas de una ciudad, en algún lugar de la antigua provincia del Dominio, Galtonnia. Sin estar seguro de cuál era su propósito y el de su ejército, su mente militar se centró en explorar la antigua provincia, tanto para conocer el terreno como para buscar mausoleos abandonados que pudieran proporcionarle nuevas tropas.

Mientras los recuerdos de su vida anterior a la Unción seguían asediando su mente, tareas y objetivos que de otro modo serían sencillos eran constantemente cuestionados. Al darse cuenta de que tanto él como su ejército no necesitaban las consideraciones de los vivos -como provisiones, agua fresca o incluso descanso-, el Caudillo se esforzó por adoptar una mentalidad firme sobre sus métodos. En última instancia, y adoptando irónicamente el consejo que le habían dado en su vida anterior, decidió que un enfoque lento y constante era favorable, mientras aprendía a capitalizar las ventajas que él y su ejército tenían sobre los vivos. Decidió que lo primero que haría sería excavar las ruinas de la ciudad que le rodeaba. Luego utilizaría la antigua ciudad, Divina, como su propia base de operaciones, no sólo para servir de cuartel general a sus Legiones, sino también para establecer un asiento de poder contra los otros Ungidos.

Sin embargo, a pesar de las evidentes ventajas frente a los vivos, el Caudillo pronto se enfrentó a los obstáculos que debían superar las tropas, alimentadas no por la verdadera voluntad, sino por la de sus superiores y sus propios impulsos instintivos, ofrecidos por los recuerdos de sus antiguas vidas. Para localizar a aquellos de entre ellos con más presencia de ánimo, asignó a otros oficiales la supervisión de las operaciones, mientras él a su vez supervisaba el rendimiento y la capacidad de sus oficiales. Uno destacaba entre ellos, el Xhiliarch Iulios, que mostraba un carácter y un libre albedrío casi plenos. Deseoso de una conversación inteligente, invitó al oficial a pasear y supervisar las obras en persona.

Fue durante ese paseo, y a raíz de sus conversaciones con el Xhiliarch, cuando el Caudillo se dio cuenta del odio que sentía por los pequeños e insignificantes deseos y necesidades del hombre que una vez fue, y que en parte seguía siendo. Con las tropas a su alrededor reflejando el odio que él mismo sentía por su propia individualidad, el Caudillo sintió una oleada de poder procedente de ese odio. Canalizando ese poder hacia sus tropas, les permitió acceder a sus propios recuerdos, una habilidad que les resultaría útil en situaciones de combate de gran envergadura.

Fue entonces cuando los bárbaros de las Tierras Baldías lanzaron su ataque.

La batalla de las Ruinas Divinas demostró al Caudillo lo ineficaces que podían ser sus tropas. Su propia presencia en el campo y su respuesta casi instantánea al ataque sorpresa de los W'adrhŭn aseguraron la victoria: los bárbaros no consiguieron interrumpir sus operaciones de forma significativa y sus pérdidas fueron mínimas. Sin embargo, consiguieron escapar, probablemente tras haber observado sus operaciones cerca de las criptas que sus tropas intentaban desenterrar - pudiendo así informar sobre su propósito y objetivos en la zona.

La única respuesta apropiada para el Caudillo sería movilizar más tropas desde Capitas, con los ojos puestos en el páramo bárbaro y las tierras de los vivos más allá de ellas.