
En los primeros días tras la Caída, cuando cada reino no era más que un asentamiento fortificado a orillas del Mar Amargo, la nobleza se definía por la capacidad de hacer valer la propia reivindicación. La llegada de las Órdenes simplificó las cosas. Ningún pequeño tirano o rey bandido podía esperar desafiar a un oponente respaldado por los Hermanos de las Órdenes. Esto dio lugar rápidamente a una consolidación del poder entre las casas nobles que cortejaban el apoyo de las Órdenes. Cuando terminó el Largo Invierno y la población se disparó, extendiéndose a tierras más lejanas, la limitada mano de obra de las Órdenes vio cómo este sencillo paradigma llegaba a su fin.
Liberada de los grilletes que la Orden le había impuesto, la influencia de la Iglesia Teísta creció rápidamente, formando una relación simbiótica con la nobleza. Los nobles financiaban y protegían a la Iglesia, mientras que ésta exponía los derechos divinos de la nobleza, llenando el vacío dejado por las Órdenes en la ratificación de las reivindicaciones nobiliarias. La legitimidad ya no estaba determinada por la aquiescencia de la nobleza a los deseos de las Órdenes, sino por un mandato divinamente concedido, regulado por la Iglesia teísta. Las Órdenes, aún insuficientemente dotadas, tuvieron que encontrar nuevos medios para controlar a la nobleza. Tras el desastre de los Años Rojos, encontraron la herramienta que buscaban en el naciente Imperio Telliano.
El ascenso del Imperio Telliano, así como la propagación del Credo Deísta, pusieron fin a esta recién descubierta libertad de la nobleza. Los nobles doblaron la rodilla ante el nuevo Emperador o fueron reemplazados. Respaldado por las Órdenes y apoyado por la misma doctrina de la Iglesia, el Emperador parecía inexpugnable. Pero aunque muchos resentían el gobierno de una figura distante, pocos podían discutir que la nobleza floreció bajo el gobierno de Armatellum y la estabilidad que proporcionaba.
Hoy en día, con el Emperador desaparecido y la Iglesia y las Órdenes enfrentadas, la nobleza es un hecho hereditario autoprobado, que gobierna el Hundred Kingdoms casi sin obstáculos. A grandes rasgos, se dividen en dos grupos: los Imperialistas, que desean la elección de un nuevo Emperador, y los Soberanos, que desean el fin de la idea misma de Imperio. Irónicamente, ambas facciones ven el futuro en el Cónclave Imperial, una reunión de todos los potentados del Hundred Kingdoms, convocada cada cuatro años para emitir decretos con la autoridad del Emperador. Dejando a un lado sus diferencias, ambos grupos se han unido en el Cónclave para amordazar a las Órdenes, impidiéndoles intervenir en su política interna, frenar el poder del Chambelán y de las restantes instituciones imperiales, y limitar la influencia de la Iglesia.
Libre de la influencia de una autoridad superior, la nobleza se ha volcado en sus agendas personales con una venganza. El propio nombre del Hundred Kingdoms es el resultado de la influencia de la nobleza. Sus juegos de poder en el Cónclave dan lugar a un redibujado casi diario del mapa político del Imperio Telliano, ya que la herencia, la traición y el matrimonio se han convertido en herramientas favoritas, reservándose la conquista armada como último argumento de los Reyes.