"Y, roto, el Destructor habló y dijo: "¡Idiotas! No podré ser detenido, ¡nunca podré ser encarcelado! Pues hacer la guerra para acabar conmigo, ¡es deleitarme y exaltarme!". Y escucharon sus palabras y aprendieron, y en esta naturaleza sin fin, vieron la fabricación de su prisión, forjada a partir de los mismos elementos que le dieron forma. Y trozos de él tomaron para hacerla. Fuego para quemar fuego. Metal para sostener metal. Magma para regar roca ardiente. Guerra perpetua, Guerra guerrera, Guerra hasta el fin de los tiempos. Tal fue su pecado, tal fue su castigo. Eternum".
- "Los trabajos de los no nacidos", Texto Aprobado de la Burocracia Celestial #653.121
...Cada golpe alimentado por la rabia de los picos de los Ancestros y cada golpe furioso y demoledor de sus martillos se había convertido en una plegaria, convirtiendo su calvario en una peregrinación que se abría paso no sólo a través de los kilómetros de piedra obstinada que los separaban, sino a través de las fronteras mismas de la realidad, hasta que se encontraban ante el trono y la prisión de la Guerra, el Segundo Jinete y Alma Encarnada de la Destrucción.
A todos los Dweghom les enseñan este recuerdo, Dheureghodh, la Ruptura, sus Mnemancers. Fue entonces cuando la propia raza y el destino de los Dweghom se vieron alterados para siempre, encontrando los medios de su libertad en la prisión de Guerra y en la propia Guerra. Físicamente cambiados por su estancia y esfuerzos en la prisión de Guerra, sus cuerpos se hincharon con los dones del Fuego y la Tierra Primigenios. Se volvieron tremendamente resistentes al fuego, al calor y a sus efectos, y necesitaron mucha menos comida y descanso de lo que su fisiología les hubiera dictado. Un porcentaje notablemente alto de la población Dweghom también muestra el Don. Los dotados Dweghom se caracterizan por una tremenda potencia, pero muy poco control. Algunos de ellos ven esto como un subproducto de la forma en que obtuvieron estos poderes; un regalo envenenado de un amo caprichoso. Un Dweghom que no los domina está condenado a ser consumido por ellos.
Su regreso de la prisión de la Guerra anunciaba el fin de incontables milenios de paz. Atrás quedaba la época de las rebeliones efímeras. Este conflicto no sería una rebelión, una batalla de súbditos contra su señor, sino una verdadera Guerra, una contienda entre iguales. Con el poder y la voluntad de sacudir los cimientos del mundo, los Dweghom miraron a sus creadores a los ojos y se enfrentaron a los Grajos Dragón, sumiendo al mundo entero en el caos y las llamas. Cuando las cenizas de aquel conflicto finalmente se enfriaron, sólo quedaban en pie los Dweghom. Impulsados por su propio orgullo irracional y amargo, habían saciado su furia en la sangre de sus creadores... y de sus antepasados. De los Grajos Dragón y su leal población de esclavos sólo quedaban cenizas.
Desgraciadamente, las enseñanzas de la Guerra resienten la paz y la Memoria no trae la unidad. En los siglos posteriores a la erradicación de los Dragones y la destrucción de su población esclava, los Dweghom perdieron el norte. Enfermos por su beligerancia, el Alto Rey y su familia abdicaron de su liderazgo. Solos y sin un propósito que les guiara, los Dweghom recurrieron a sus Mnemancers para que expusieran ante ellos sus hazañas y construyeran su nueva sociedad. Contemplaron su pasado, su futuro y a los demás y no tardaron en discrepar.